sábado, 15 de octubre de 2011

A Dublín

Cae la lluvia sobre la ciudad como lágrimas sobre un terrón de azúcar dulzón y empalagoso como mis miedos, como este estado de intranquilidad y desasosiego.
Poco a poco el charco azucarado crece y el terrón se deshace... como la lluvia que limpia la ciudad la lágrimas ablandan el dolor del alma.
Miro a través de la ventana y veo los tejados de la ciudad, los agudos campanarios de las iglesias me hacen mirar al cielo y veo que las nubes grises descargan sus entrañas y es entonces que las gotas de lluvia me hacen mirar al suelo y es ahí donde me he visto reflejado, en un charco de dulce amargura.
¿Dónde estas?... ya no lo se, una vez apagada tu luz había dejado de ver y es ahora que mis ojos comienzan a acostumbrarse a esta oscuridad que poco a poco se torna penumbra .
Pero es en el dolor, en este sentir que me recorre el cuerpo de los pies a la cabeza donde tengo la certeza de que pertenezco a este mundo, mi casa, mi madre y es a cada paso que doy sobre ella donde recibo su incondicional energía.
Todo cambia y al igual que saldrá el sol después de la lluvia mi tristeza se volverá pura alegría y así una y otra vez hasta el final de los días... y no me preocupa, no me da miedo pues si por un instante de amor y alegría hay que pasar por una larga tristeza, ahí voy de cabeza.
Yo soy como tú y como todo, partimos del mismo punto, somos origen y destino al mismo tiempo, ¿qué te hace pensar que las cosas no han de cambiar? es nuestra naturaleza, nuestro destino mutable y cambiante, como el tiempo, el espacio, la energía... y así este reguero de partículas adheridas a este conglomerado de fibras, esta ilusión, esta tendencia a dejar constancia, esta sencilla actitud la que construye a cada momento este espejo de tinta y papel donde puedo ver reflejado las trazas de mi alma, de mi espíritu, de esta esencia misteriosa que nos da la vida.