Cae la lluvia sobre la ciudad como
lágrimas sobre un terrón de azúcar dulzón y empalagoso como mis
miedos, como este estado de intranquilidad y desasosiego.
Poco a poco el charco azucarado crece y
el terrón se deshace... como la lluvia que limpia la ciudad la
lágrimas ablandan el dolor del alma.
Miro a través de la ventana y veo los
tejados de la ciudad, los agudos campanarios de las iglesias me hacen
mirar al cielo y veo que las nubes grises descargan sus entrañas y
es entonces que las gotas de lluvia me hacen mirar al suelo y es ahí
donde me he visto reflejado, en un charco de dulce amargura.
¿Dónde estas?... ya no lo se, una vez
apagada tu luz había dejado de ver y es ahora que mis ojos
comienzan a acostumbrarse a esta oscuridad que poco a poco se torna
penumbra .
Pero es en el dolor, en este sentir que
me recorre el cuerpo de los pies a la cabeza donde tengo la certeza
de que pertenezco a este mundo, mi casa, mi madre y es a cada paso
que doy sobre ella donde recibo su incondicional energía.
Todo cambia y al igual que saldrá el
sol después de la lluvia mi tristeza se volverá pura alegría y así
una y otra vez hasta el final de los días... y no me preocupa, no me
da miedo pues si por un instante de amor y alegría hay que pasar por
una larga tristeza, ahí voy de cabeza.
Yo soy como tú y como todo, partimos
del mismo punto, somos origen y destino al mismo tiempo, ¿qué te
hace pensar que las cosas no han de cambiar? es nuestra naturaleza,
nuestro destino mutable y cambiante, como el tiempo, el espacio, la
energía... y así este reguero de partículas adheridas a este
conglomerado de fibras, esta ilusión, esta tendencia a dejar
constancia, esta sencilla actitud la que construye a cada momento
este espejo de tinta y papel donde puedo ver reflejado las trazas de
mi alma, de mi espíritu, de esta esencia misteriosa que nos da la
vida.